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A Dios lo mueve la fe Por Dante Gebel La necesidad no mueve a Dios, solo la fe mueve la mano de Dios. |
Voy a contarte un secreto. A Dios no lo mueve la necesidad. Oíste eso?
Es inútil que cuando trates de orar, te duelan las rodillas, o le digas que ya no soportas más, o que no mereces vivir esta situación o que llores hasta que no te queden lágrimas.
A Dios lo mueve tu fe.
La nave de los discípulos parece que va a darse
vuelta como una frágil cáscara de nuez. Las olas sobrepasan el barco y el mar se
ve más enfurecido que de costumbre. Los hombres tienen pánico, pero Jesús
descansa plácidamente en el camarote.
Uno de ellos, se harta de esperar que el Maestro deje de roncar. Y lo despierta
de un sacudón.
-Maestro! No ves que perecemos? No te da un poco de lástima que nos estamos por
ahogar? Cómo se te ocurre dormir a bordo del Titanic? No podrías tener un poco
de consideración con tus apóstoles?
Será mejor que los discípulos sepan, desde ya, que este día no figurará en
ningún cuadro de honor. Esta no será el tipo de historia con las que futuros
evangelistas armarán sus mensajes. Si querían aparecer retratados en la historia
grande de los valientes de la fe, tengo que comunicarles que han errado el
camino. De este modo, no se llega a Dios.
No conmoverán al Maestro con un sacudón y gritos desaforados. La histeria no
enorgullece al Señor. Puedo asegurarles que Pedro, Juan y otros tantos querrán
olvidarse de este episodio, y jamás le mencionarán a sus nietos que esto ocurrió
alguna vez.
Pese a lo que hayas creído todos estos años, la necesidad, insisto, no mueve la
mano de Dios.
El Señor se levanta un tanto molesto. Este es su único momento para descansar en
su atareada vida ministerial. Y estos mismos hombres que presenciaron como
resucitó muertos y sanó enfermos, lo despiertan de un descanso reparador, por
una simple tormenta en el mar. Se restriega los ojos, mientras trata de calmar a
quien lo acaba de despertar de un buen sueño profundo.
-No tengan miedo –dice, mientras bosteza.
El Señor sale del camarote y ordena a los vientos que enmudezcan. Y al mar que
se calme.
Hombres de poca fe –dice, antes de regresar a la cama.
Uy.
Eso si que sonó feo.
No quisiera irme a dormir con esas últimas palabras del Señor acerca de mi
persona.
Pensaron que les daría unas palabras de aliento. O que les diría que la próxima
vez no esperen tanto para despertarlo. Quizá que mencionaría que para el próximo
viaje, se aseguren una mejor embarcación, o que chequeen si hay suficientes
botes salvavidas. Pero sólo les dijo que fallaron en la fe.
Alguno de ellos, cualquiera, debió haberse parado en la proa y decir:
-Viento! Mar! Enmudezcan en el nombre del Señor que está durmiendo y que
necesita descansar!
Esa sí hubiese sido una buena historia. Los evangelistas hubiésemos aprovechado
ese final para nuestros mejores sermones.
Es que, sólo la fe es la que mueve la mano de Dios.
Adaptado de “Las arenas del alma” (Editorial Vida)